EL MAESTRO PROMOTOR DE UNA NUEVA SOCIEDAD

Por: Mgr. Menotti Juan Yáñez Ramírez   (menottivi@yahoo.com)

 

El planeta se nos presenta hoy como una aldea global donde compartimos preocupaciones, problemas de supervivencia y las profundas crisis de todas las instituciones creadas por el hombre.

Ese es el escenario donde actuamos día a día, y donde urgentemente debemos de sentar bases para volver a fortalecer la convivencia humana para promover una cultura de paz, justicia y solidaridad.

El siglo XXI nos presenta grandes retos, entre ellos el de revisar los fundamentos del aprendizaje, buscando en los maestros del pasado su experiencia y sabiduría y en los del presente su adaptabilidad al cambio permanente y su interés por ampliar los horizontes de su quehacer docente dado el entorno en que vive, lleno de descubrimientos tecnológicos y científicos.

Y para poder comprender con claridad del rol protagónico que  encarna un maestro en estos tiempos, permítanme esbozar una definición sencilla y profunda del concepto de educación parafraseando al Licenciado Efraín Gonzales Luna Morfin, quien fuera Secretario de Educación Pública del Estado de Jalisco en México «Educación: es el proceso de actualización consciente y libre de las capacidades de perfeccionamiento de los seres humanos……….es sacar algo que está implícito, es manifestar algo que está escondido, desplegar algo que esta enrollado».  Esta definición postula por lo integral de la educación, abarcando para ello dimensiones como la corporalidad, la creatividad, el carácter, la sociabilidad, la afectividad y la espiritualidad, funcionando todas ellas cual electrones al átomo. Y no sólo ello, sino nos revela que educar no es llenar al alumno de conocimientos, sino hacer florecer sus fortalezas, activar sus saberes previos, contrastar la información que posee y validarla, reconocer sus debilidades; en suma hacerlo más humano y así podremos decir que estamos contribuyendo a su educación.

 

Cuando reflexionamos y meditamos sobre el acto educativo caemos en cuenta que la definición esbozada en el párrafo anterior está lejos de consolidarse, y eso debido a múltiples deficiencias que existen en nuestro sistema educativo  que parten desde el diseño del currículo, de su pertinencia y que el destacado educador italiano Francesco Tonucci, plasma con una lucidez y transparencia en esta cita: «las experiencias educativas no están diseñadas ni mucho menos pensadas con ojos de niño, sino con aquellos del adulto, es más, con aquellos del experto en educación, del pedagogo, que sabe lo que es necesario para hacer crecer a un niño, lo que hay que enseñarle de modo tal que un mañana pueda ser un adulto que sepa responder  a las expectativas de nuestra sociedad. Sabe también, que para lograr este objetivo, el niño deberá soportar propuestas extenuantes y a veces incomprensibles, pero está convencido de que esto es necesario para su mejor educación». Esa es la realidad y ella es la que tenemos que revertir.

 

Y en ese contexto el Maestro -el verdadero Maestro-  ha de enarbolar el estandarte de la sabiduría, de las capacidades, de la horizontalidad, pero fundamentalmente del amor, del amor por lo que hace, del amor a sus alumnos, del amor a su país, del amor a sí mismo. Es indispensable ese perfil de Maestro, donado, presto, impetuoso, febril, creativo, sabedor de la precocidad de sus alumnos en el aprendizaje, nervio del placer y la emoción de aprender, promotor de la sociabilidad como competencia indispensable para poder vivir en comunidad, capaz de posponer la entrega de contenidos académicos, para resolver los problemas que aquejan a niños y jóvenes y que con su aporte a la pronta solución de los mismos, estará ayudando a trazar un camino que tiene como norte el aprendizaje y como consecuencia de ello la resolución de los conflictos que la vida nos depara a cada momento.

 

El maestro ya no debe ser aquel que sabe y que enseña o dirige el uso del libro de texto a quien no sabe. Será aquel que ponga a todos y cada uno de sus alumnos en condiciones de aprender, de saber, de saber hacer, de saber ser y de saber trabajar en equipo, es decir ser competente, siendo además asertivo, capaz de contrastar sus propios conocimientos para luego del análisis llegar al crisol. Pero esto pueden hacerlo y saben hacerlo sólo los buenos maestros y es deber de nuestra sociedad garantizar este tipo de  maestro para todos sus ciudadanos en desarrollo y especialmente a aquellos que menos recursos pueden encontrar en sus casas o en los ambientes que frecuentan. Solo así la escuela será para todos y será una escuela democrática, cuyo aporte sea el de contribuir a la creación de una nueva sociedad.