DE TOTOYA SU LUCHA

Por: José Álvarez Alonso

 

Es una de las comunidades indígenas más aisladas de la región Loreto, y parte de una de los pueblos indígenas más minoritarios, los Maijuna, quizás la gente más hospitalaria y amable de Loreto. A San Pablo de Totolla, o Totolla a secas, se llega desde El Estrecho tras tres o cuatro días de navegación en peque-peque, primero aguas abajo del río Putumayo, y luego aguas arriba del río Algodón, o caminando por tierra unas 9-10 horas. Los Maijuna de Totolla viven de los recursos naturales de su territorio, como lo hacen la mayoría de las comunidades de Loreto. La agricultura sólo es de subsistencia, aunque crían algunos chanchos y también unos cuantos búfalos.

 

En esta apartada y casi despoblada zona los recursos de flora y fauna son todavía abundantes. Abundan el Algodón hermosos sábalos de uno a dos kilos, y la huangana y el sajino son casi comida diaria entre los Maijuna de Totolla. Observamos a la familia  con la que estábamos alojados despacharse una pierna de huangana para el almuerzo, algo normal, según nos dicen. En las cochas hay bastante de primera, como paiche y paco. El ‘mitayo’ (especialmente carne de huangana y paiche seco) es ahora «la caja chica» de las familias de Totolla: cuando necesitan comprar alguna cosita en El Estrecho, como sal, fósforo, azúcar o ropa, hacen su mitayito y llevan por la trocha. «Para nosotros esa no es nada, estamos acostumbrados a cargar hasta 50 kilos hasta El Estrecho», nos dicen.

 

Los Maijuna mantienen una amplia trocha por donde caminan sin problemas ida y vuelta hasta el Estrecho, llevando sus productos y trayendo las escasas cositas que adquieren para su vida diaria. De camino hemos observado las huellas de sachavaca, y en el río Algodón, cerca ya de la comunidad, a una familia de pavas cruzando el río. En las noches y a lo lejos se escucha el profundo canto del paujil. Estas tres especies son muy sensibles a la caza, y por tanto ausentes de las zonas más cercanas a las comunidades y a los ríos transitados, y su presencia es un indicador del buen estado de conservación del bosque.

 

Los técnicos del Proyecto Maijuna, impulsado por el Consorcio NCI-IIAP, están capacitando a los moradores en el manejo de recursos y en la elaboración de artesanías, para que puedan comercializar productos de menor volumen y peso, y mayor valor agregado, de modo que puedan solventar sus necesidades. En la asamblea comunal conversamos con los moradores sobre sus problemas y expectativas. Aspiran a mejorar sus condiciones de vida, pero no a costa de su cultura y su estilo de vida actual. Nos hablan con suma preocupación del proyecto de carretera que impulsa el INADE, cuyo trazo ya está rozado monte a través y pasa por el medio del territorio de la comunidad de Totolla. Temen, con razón, que de construirse esta carretera, su pueblo y su cultura desaparecerán, como ha ocurrido con tantas otras comunidades indígenas conectadas por carretera.

 

Los representantes del Proyecto Putumayo, del INADE, les vendieron el tema del nuevo trazo de la carretera Napo – Putumayo (entre El Estrecho y San Salvador, de doble longitud que el tramo abierto más al norte a fines de los 80) como la gran solución a su situación de aislamiento. Cuando algunos Maijuna preguntaron si no iban a tener problemas con colonos y extractores ilegales de madera y otros recursos, los inefables funcionarios les dijeron que ellos, en nombre del Estado, les garantizaban que esto nunca ocurriría. Sin embargo, en la Amazonía peruana el Estado no ha sido nunca capaz de controlar nada,  aún en áreas cercanas a la ciudad, ni la tala ilegal de madera, ni la minería ilegal, ni el cultivo ilegal de coca, y en todas las carreteras construidas en la selva sus márgenes han sido objeto de un tráfico incontrolado y corrupto de tierras, así como de saqueo de recursos de flora y fauna, y de invasiones de colonos y cultivadores de coca. Y esto no va a cambiar en esta carretera, ya denominada por algunos como «la carretera de la coca», porque abriría una nueva ruta a la droga, algo con lo que soñaban hace años los acopiadores colombianos en el Putumayo. También sería sin duda una ruta de penetración del problema subversivo, ahora que las FARC sufren creciente presión en Colombia.

 

Casi a medio camino entre El Estrecho y Totolla encontramos una amplia zona de monte rozada; «es para un potrero, de un morador de El Estrecho», nos dicen. Corren rumores sobre la repartija de tierras en los márgenes de la carretera, desde El Estrecho y desde Mazán, lo que explica el entusiasmo de algunos por la construcción de esta vía; seguro que muchos de los hermosos árboles que hemos observado a los lados de la trocha ya tienen dueño…

 

Informamos a la comunidad del proyecto alternativo de tren que impulsa el Gobierno Regional, y las ventajas en cuanto al control del tránsito de personas y mercancías, y paradas predeterminadas, lo que les permitiría comunicarse sin los grandes riesgos de invasores que trae una carretera. Algunos se muestran favorables a esta idea, otros siguen muy recelosos a todo tipo de proyecto que amenace su modo de vida.

 

«Yo estoy en contra de la carretera porque conozco el impacto y conozco lo que es escasez de recursos. Yo vengo del Ucayali, allí no hay ya animales en el monte, y tampoco casi queda pescado, apenas mojarras, cunchis, ractacara, peje menudo, nada que ver con los hermosos peces que comemos acá; aquí no falta nada, hay huangana, majás, sajino, aves, estamos un poco alejados, pero tenemos lo que necesitamos para vivir», explica Róbinson Humayta, originario de la comunidad shipiba de Nuevo Sucre, en el Ucayali, y casado con una maijuna. No me cabe ninguna duda que si se llegase a construir la carretera, esta riqueza de fauna y flora sería extirpada en pocos años, y no sólo de la zona aledaña a la comunidad de Totolla, sino de todo el río Algodón, hoy una de las pocas cuencas en estado casi prístino que quedan en Loreto.

 

El deleznable proyecto con que el INADE sustentó la construcción de la carretera El Estrecho San Salvador contempla como justificación económica la incorporación a la producción agropecuaria de decenas de miles de hectáreas de suelos de los márgenes de la carretera, y la producción de las comunidades de las riberas del Putumayo. Esto todo es una auténtica farsa, por lo siguiente: el trazo atraviesa algunos de los suelos más pobres de la Amazonía, las ya famosas «mesetas amazónicas» descubiertas en este territorio por el Field Museum de Chicago, que por cierto son hábitat de algunas especies nuevas de plantas y animales, endémicas de esta zona; los cientos de hectáreas de purmas extremadamente degradadas (apenas crecen arbustos raquíticos y hierba) en las inmediaciones de El Estrecho son un claro indicador del nulo potencial agropecuario de esta zona. Y es absolutamente ilusorio pensar que una comunidad del bajo o del alto Putumayo, a días o semanas de viaje en peque-peque hasta El Estrecho, vaya a producir plátano o yuca para llevar por esta carretera hasta Iquitos. En El Estrecho estos productos están más caros que en Iquitos, indicador de la escasa producción de la zona.

 

Todo el mundo sabe que las carreteras en la selva baja siempre han sido un gran negocio, pero no para la Nación, que invierte enorme cantidad de recursos a costa de exiguos beneficios, sino para una pandilla de aprovechados: proyectistas, consultores, funcionarios bien ubicados para cobrar comisiones, traficantes de tierras e influencias, extractores de madera, cazadores ilegales, colonos informales… Un puñado se hacen ricos con el proyecto en sus diversas fases y estudios, y con el tráfico de tierras y maderas revalorizadas por la nueva vía, mientras que la Nación, y especialmente las futuras generaciones, pierden, por el desperdicio de recursos económicos, y la deforestación salvaje e irreversible de los bosques, sobre suelos en general inapropiados para la agricultura…

 

Mientras se construye el tren (estoy que seguro que ‘la carretera de la coca’ no pasará) ¿no puede el Gobierno subvencionar más vuelos cívicos a El Estrecho? Actualmente sólo hay tres semanales, el pasaje es caro y sólo permiten 10 kg por persona en los pequeños aviones de la FAP. Si volvieran a funcionar los aviones búfalo que volaban hace unos años, con subvención del Estado, se solucionarían gran parte de los problemas de aislamiento de esta zona de frontera. También hay otro hermoso aeropuerto en Güeppí, en el alto Putumayo, y se podría construir otro en la parte baja… Seguro que las comunidades de esta larguísima frontera estarían mejor atendidas.