De nunca acabar

Como los años anteriores, la creciente de los ríos trae problemas. Las inundaciones de las zonas cercanas a las aguas, donde la gente ha ido a vivir, ahora, como ayer, sufren porque sus viviendas han quedado al nivel del río.
No solo es la incomodidad de transportarse de un lado a otro si no es en canoas. También es el peligro de que los niños caigan al agua y se ahoguen como que estos tristes cuadros ya se han dado en ocasiones anteriores.
Súmese a eso la presencia de reptiles y roedores que buscando refugio y calor ingresan a las humildes viviendas, donde producen enfermedades y muerte.
Víctimas de las mordeduras de víboras, la gente de las riberas y de las zonas inundables, muchas veces mueren por una tardía atención médica, bien porque estos accidentes suceden lejos de la ciudad o porque los afectados no cuentan con el dinero que exige el tratamiento.
Pero los problemas mayores los tienen las municipalidades, adonde la población marginal acude exigiendo donación de maderas y demás elementos para  construir puentes para poder salir de sus precarias viviendas.
Todo lo arriba anotado quedaría en el olvido si esa población haría caso a las disposiciones de Defensa Civil, que prohíben la construcción de viviendas en los terrenos cercanos al río, a lo que la gente dice entonces dónde voy a vivir si cuando nos reubican nos ponen en sitios lejanos.
Desgraciadamente la pobreza es madre de todas las tragedias y, mientras existan pobres y marginados, seguirán existiendo necesidades y problemas difíciles de solucionar.