DE CUSCO PARA IQUITOS

Por: José Álvarez Alonso

Hacía dos años que no visitaba Cusco, donde me encuentro estos días participando en un congreso de ornitólogos. De nuevo me ha vuelto a impresionar esta bella y mágica ciudad. Si ya en el 2009 me pareció encantadora, acogedora, ordenada y segura, ahora más, si cabe. He observado que el tránsito es más ordenado, más tranquilo, más silencioso (han desaparecido, oh maravilla, los carros con el diabólico ‘resonador’ que alteraban la tranquilidad de las calles). La gente camina por las calles, de forma apacible, sin prisas, los carros no saturan las calles, y van despacio; muy raramente tocan la bocina, no se nota el estrés de otras ciudades, y menos aún la bulla insoportable y el caos vehicular al que estamos acostumbrados en las ciudades de la selva.

 

Aunque es temporada baja de turismo, se ve turistas por todas partes. No me extraña que acudan como moscas a esta ciudad, que aún sin la indudable ayuda de Machu Picchu es un destino en sí misma. Este año esperan recibir más de millón y medio de turistas, y seguirán subiendo a medida que esta ciudad mejore como está mejorando… He oído a algunos turistas mencionar: ésta es la cuarta, quinta o sexta vez que visito la ciudad… Y no son pocos los extranjeros que se quedan temporadas, o incluso se hacen ciudadanos del Cusco, montando algún negocio, generalmente de hostelería.

 

Del sano y justificado orgullo que muestran los cusqueños por su ciudad mejor no hablo, porque algunos lo calificarían de chauvinismo. Pero la verdad es que viendo las edificaciones incaicas -y también las coloniales, que son también espectaculares- y aún edificios modernos, no me extraña que se sientan orgullosos de su pasado y de su presente.  Y lo muestran en cada rincón y a cada paso. Han vuelto a poner en las esquinas los antiguos nombres de las calles, y han restaurado y puesto en valor de forma primorosa obras de arte, monumentos y casonas.

 

Casi todas las casas antiguas del centro están dedicadas al negocio del turismo: o bien tienen establecimientos de comida, de artesanías o mercaderías varias para turistas, o bien son hoteles u hostales. Todos los negocios respetan escrupulosamente la arquitectura tradicional, y todas las casas de la ciudad respetan normas arquitectónicas bien pensadas para que no desentonen del estilo clásico cusqueño: por ejemplo, todos los techos son de bella teja castellana, nada de las ubicuas calaminas que tanto afean el paisaje andino.  La cultura turística es evidente: toda la gente trata con cortesía y amabilidad a los turistas, y bien se nota que éstos se sienten a gusto.

De las expresiones culturales ni hablar: los 750 participantes al congreso latinoamericano de ornitólogos quedaron extasiados con el soberbio espectáculo montado el día de la inauguración, con una ceremonia shamánica de pago a la tierra y danzas típicas incluidas. Por cierto, en un céntrico local de la ciudad todos los días se ejecutan dos o tres horas de danzas típicas de las distintas zonas de Cusco, a cual más bella. La entrada es libre para el público, y todos los días el inmenso auditorio se llena de turistas, en cuyas caras se pueden apreciar la admiración y la satisfacción de tan bello espectáculo. No me extraña que la ciudad progrese a pasos agigantados, a pesar del desastre del año pasado que paralizó el acceso a Machu Picchu por meses.

 

¿Qué hace que una ciudad sea como Cusco y otras tan feas como…? Mejor no menciono, para no ofender, que toda comparación es odiosa. Sabemos que en Iquitos no tenemos quizás las majestuosas ruinas incaicas, pero tenemos nuestras bellas casonas de la época del caucho y tenemos el encanto de la selva al costado, y el honor de ser la ciudad más grande del mundo sin conexión vial con una red nacional. Esto le da indudablemente un atractivo, y no me cabe duda que fue por eso (y por el legendario buen carácter de su gente) que fue calificada como una de las 10 ciudades del mundo a ser visitadas en el 2011, por la guía LonelyPlanet y por la cadena de noticias CNN.

 

Todo parece indicar, sin embargo, que el año de Iquitos pasará sin pena ni gloria. No hemos visto que se haya hecho gran cosa para mejorar las fallas de la ciudad, que sigue siendo una de las más bulliciosas, caóticas y sucias del Perú. Aunque sí debo reconocer algunos tímidos avances, en el tema de control de ruidos del tránsito, pues los vehículos muy ruidosos han disminuido en número de forma significativa, al menos en la zona céntrica. Esperemos que la acción policial y del serenazgosiga hasta que ésta plaga, junto con la de la inseguridad ciudadana (ambos enemigos acérrimos del turismo) sean extirpadas en los próximos meses. No hay razón para demorarlo más, y hay miles para acelerarlo.

 

Iquitos, aislado en la selva y con muy bajo potencial agrícola y minero en su zona de influencia (salvando el petróleo) no tiene muchas alternativas económicas aparte del turismo. Sin embargo, mientras se gasta (derrocha) enormes sumas de dinero en promover una agricultura irrisoria, y en obras no productivas, la inversión en turismo es ínfima. E inversión en turismo no significa sólo, como algunos piensan y como nos demuestra la experiencia de Cusco, infraestructura, que también alguna -poca- se necesita; significa inversión en promoción internacional; significa inversión para poner en valor y conservar los recursos turísticos (urbanos y selváticos, en nuestro caso); significa inversión en crear las condiciones para que el turista se sienta a gusto y seguro (esto es, seguridad, orden, tranquilidad, ornato, áreas verdes, etc.); significa inversión en capital humano (esto es, formación de guía, educación cívica para trato al turista, educación turística en general), y varias cosas más que no menciono para no cansar. Todas son cosas alcanzables con el modesto presupuesto que manejan tanto las municipalidades como el Gobierno Regional. ¿Por qué no se hace? Ahhhh…