Bomberos o notarios

Por: José Álvarez Alonso

Decía el recordado Fernando Rodríguez Achung, en una de sus memorables exposiciones sobre la urgencia de ordenar la ocupación del territorio amazónico, que ante la realidad o ante cualquier problema social, los ciudadanos, y particularmente los políticos, exhiben varias reacciones o posiciones: una es la posición del «notario»: limitarse a describir la realidad, a veces de forma muy perspicaz, pero sin hacer nada por cambiarla (posición muy cómoda, y común particularmente entre muchos de quienes se dicen analistas y comunicadores); otra posición es la del «talibán»: se trata de los mesiánicos para quienes no hay nada bueno nunca, y postulan la destrucción de lo existente y el comienzo de algo totalmente nuevo aunque no suelen aportar muchas ideas o pistas sobre qué se trata (posición de algunos revoltosos de oficio y dirigentillos de varias tonalidades, que pululan en nuestro medio); otra posición es la del «bombero»: la del que espera a que se produzcan los incendios para apagarlos (es decir, dejan que los problemas les caigan encima y, con frecuencia, se devengan en irresolubles, en vez trabajar para prevenirlos); finalmente está la posición del visionario o estratega, que a decir del gran Fernando, es la del que piensa en el largo plazo para actuar en el corto plazo. Estos, lamentablemente, son los que más escasean, especialmente entre la clase política de nuestra región. Y así nos luce el pelo.

Hablemos, por ejemplo, de la ciudad de Iquitos: a mi humilde juicio, la mayoría de los alcaldes que he conocido en mis casi seis lustros por acá (salvo honrosísimas excepciones) se han comportado como bomberitos de barrio, dedicándose a reaccionar a los problemitas cotidianos o semanales, respondiendo a emergencias, parchando problemitas por aquí y por allá, pero sin una visión de futuro, sin una estrategia de desarrollo de la ciudad siquiera de mediano plazo. Por culpa de estos miopes (muchos de ellos, no por falta de visión, sino cegados por la avaricia corrupta de llenarse los bolsillos a toda costa) está Iquitos como está, mientras otras ciudades del Perú se desarrollan a un ritmo impresionante.

Veamos un par de ejemplos: cada año vemos el drama de las inundaciones afecta a no menos de 40,000 personas en barrios periféricos de Iquitos, sometiéndolos a condiciones de vida inhumanas; la única reacción del alcalde de turno suele ser repartir cantoneritas de madera para hacer los consabidos y efímeros puentes, o regalar unos camiones de tierra para «levantar la rasante» de algunos cortos tramos de calle.

Pero ¿por qué la gente invade las inhabitables zonas inundables? Pues porque Iquitos sufre una enorme deficiencia de vivienda: son decenas de miles de familias las que viven de «agregadas», en realidad hacinadas en casas de familiares, o en quintas inmundas, sin condiciones mínimas de habitabilidad en un clima tropical como el nuestro. Como consecuencia, constantemente se producen invasiones no sólo de las tahuampas del Nanay y el Amazonas, sino de terrenos privados o estatales en el caso urbano, siempre con la excusa de contar con un terreno propio para construir la vivienda familiar. Estas invasiones no sólo desincentivan la inversión privada porque ponen en jaque el estado de derecho: por su hacinamiento y falta de de adecuadas vías de acceso, son el escenario perfecto para los incendios catastróficos, y también para la delincuencia.

Vemos el problema de los incendios, que periódicamente destruyen decenas de hogares, y con ellos las ilusiones y esperanzas de cientos de personas que ven convertidos en cenizas los esfuerzos y ahorros de muchos años: parece que no conviene prevenirlos, porque son ocasión para que algún alcaldillo se luzca en el reportaje televisivo o periodístico del día regalando unas tablas, calaminas, colchones y frazadas a las pobres familias damnificadas. Pero ¿alguien plantea alguna acción para remediar de una vez por todas estas lacras recurrentes? No se oye (salvo el famoso plan electoral de sustituir por calaminas las combustibles crisnejas de irapay, lo que es un paliativo, no una solución).

¿Acaso no se puede impulsar, como en otras ciudades del Perú, la habilitación urbana, la urbanización previa de espacios para vivienda en la periferia de la ciudad, donde la Municipalidad provee de adecuadas vías de acceso, luz, agua y desagüe, prepara espacios para recreación pública, deporte, hospitales, colegios, etc., y se crean las condiciones para la inversión privada en vivienda y negocios? No, sólo se piensa en parchar el problema, habilitando estos servicios, con un costo mucho mayor, en zonas invadidas, con las casas ya construidas de forma precaria a lo largo de calles diseñadas al champazo y sin un mínimo ordenamiento urbano. Por eso Iquitos sigue siendo, en boca de un reconocido arquitecto «un gran pueblo joven con plaza de armas». ¿Cuándo veremos implementar un verdadero plan de crecimiento urbano ordenado para Iquitos? Sabemos que hay uno dormitando por décadas en los cajones de la Municipalidad…

«Las acciones de hoy determinan las opciones de mañana», se escucha con frecuencia decir a los expertos en planificación. «De aquellos polvos vinieron estos lodos», se escuchaba decir a las sabias abuelas. Pero apostar por el mediano y largo plazo no da muchos réditos políticos. Por eso, quizás, entre nosotros priman el cortoplacismo, el populismo barato, la miope «política doméstica» que mencionan algunos analistas, de apagar los incendios de los manifestantes o reclamantes de turno, en vez de pensar en soluciones radicales para el largo plazo.

Decía Benjamín Disraeli (reconocido político inglés del siglo XIX) que la diferencia entre un estadista y un político es que mientras el primero piensa en las próximas generaciones, el segundo sólo piensa en las próximas elecciones. Lamentablemente, nos sobran políticos y andamos huérfanos de estadistas. Es más, aquí algunos políticos ni siquiera han pensado en las próximas elecciones: sólo pensaban en las próximas coimisiones.