Amor por los animales, amor por las personas

Por: José Álvarez Alonso

Había un curioso círculo de plumas de gaviota clavadas en la arena, en una de las playas del sur de Lima. En medio se acostaba un bello ostrero de pico rojo. Mi oxidada profesión de ornitólogo me incitó a acercarme para ver si el ave quizá estaba herida y se podría hacer algo por ella. El comportamiento del ostrero reveló que la situación era otra: comenzó a emitir su grito de alarma y, al levantarse, observé que protegía debajo de su vientre dos preciosos huevos moteados.
Un salvavidas me informó que unos niños marcaron el nido con el círculo de plumas para evitar que la gente los pisase. Los solícitos padres los continuaron incubando en medio del trajín de los bañistas. Me sorprende mucho esta tolerancia de la gente hacia las aves, pero aún más, la de las aves hacia la gente, pues por miles de años los hombres han depredado los nidos de estas y otras aves terrestres y marinas.
Hace unos días visité el lago de Yarinacocha, en las afueras de Pucallpa, y me sorprendió también observar que varios miles de garzas de varias especies y cushuris (cormoranes) se aposentaban a dormir en la orilla de la cocha, muy cerca de la población. Las aves no mostraron recelo alguno al paso de nuestro bote, y aún de algunos ruidosos peque peques que pasaron muy cerca, lo que demuestra que la gente las respeta. No sé si eso sería posible al lado de Iquitos…
Hace unos años es muy probable que los niños que ahora marcaron con plumas y respetaron el nido del ostrero hubiesen tenido otro comportamiento con las aves y el nido: los hubiesen molestado, como suelen hacer los niños con todo lo que les llama la atención, o les hubiesen robado los huevos para jugar o para simplemente comérselos. Sospecho que algo similar hubiese ocurrido con las garzas y cormoranes de Yarinacocha. Son comportamientos habituales en situaciones rurales donde la comida es escasa y los animales son simplemente… una potencial fuente de comida o de diversión. Algo está cambiando en el Perú respecto a los animales, y para bien.
“Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”, dijo cierta vez Gandhi; Schopenhauer, por su parte, afirmaba: “Quien es cruel con los animales no puede ser una buena persona”. Ciertamente, el avance de una sociedad en civilización y en humanismo se puede medir por su respeto a la naturaleza y, concretamente, a los animales. La crueldad con los animales fue común en sociedades antiguas, e incluso persiste en algunas hasta hoy, más o menos ritualizada en combates con el hombre, y en peleas entre ellos mismos (de gallos, de perros…), o en la costumbre de mantener aves y otros animales en jaulas.
A muchos latinos les sorprende comprobar lo mansos que son los animales silvestres en el entorno de ciudades y zonas silvestres en Europa y Norteamérica. Esto no es gratuito.  Hace menos de cien años muchos de los animales que hoy vagan por los suburbios de ciudades y se acercan a la gente, o se dejan fotografiar por los turistas en áreas protegidas, fueron cazados hasta casi la extinción. La mayor sensibilidad sobre la conservación de la naturaleza, unida a la prosperidad económica a raíz de la segunda guerra mundial, ayudó a cambiar costumbres y actitudes atávicas del ser humano, heredadas desde los tiempos en que las bandas de cazadores y recolectores colonizaron el globo y cazaban para alimentarse cualquier cosa que se moviese.
Para celebrar el Día Internacional de la Vida Silvestre (3 de marzo), el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) y el Ministerio del Ambiente (Minam) organizaron un conversatorio sobre la problemática de la fauna silvestre en el Perú, al que asistieron unas 150 personas, principalmente jóvenes. Los panelistas disertaron sobre el grave problema del tráfico de animales silvestres para mascotas y para alimento, esto especialmente en las ciudades de la selva. Increíblemente, no se observaba al público distraerse con sus smartphones y demás adminículos a los que son adictas las nuevas generaciones. Todavía hay reductos de esperanza…
Aunque sin duda hemos avanzado algo, falta mucho por hacer hasta que lleguemos a extirpar el tráfico de animales silvestres, especialmente amazónicos, que degrada nuestros ecosistemas y priva a los indígenas de una importante fuente de proteínas. El tráfico de animales silvestres ocupa el tercer lugar entre las actividades ilícitas más rentables del mundo, luego de las drogas y las armas, y mueve más de 20 mil millones de dólares al año.
El hombre necesita para su equilibrio social y emocional del contacto con los animales: por cientos de miles de años hemos interactuado con ellos cotidianamente, hemos evolucionado con ellos, los hemos domesticado y, en cierto modo, hemos sido domesticados por ellos. Nos relajan, nos emocionan, hacen más llevadera nuestra vida urbana. Esto es más importante aún en las grandes urbes, donde el contacto con la naturaleza es mínimo y la gente sufre lo que algunos expertos llaman “trastorno por déficit de naturaleza”, que llega a afectar el comportamiento. Somos más humanos cuanto más amamos y más nos relacionamos con los animales.