52 aniversario de la Promoción “Centenario” del CNI

Por: Ítalo Coral Borja

Cuántos días y noches el sol y la luna han besado el cutis iridiscente de las agua de nuestro río – mar, en estos 52 años transcurridos. Como el viento del estío que se pierde entre los árboles revolviendo las hojas marchitas que alfombran la tierra húmeda y sombría de nuestros bosques. Así se ha ido nuestra adolescencia despreocupada, nuestra juventud inquieta y siguen también partiendo imparables estos años sosegados que nos restan, tiñendo nuestros cabellos con la espuma blanca de los días idos. Como ellos, también se están yendo pasajes inolvidables de nuestras vidas y que, de tanto en tanto, como ahora, vuelven en tropel a iluminarnos de recuerdos en el retorno por el imaginario camino polvoriento hacia las aulas del colegio que cobijó nuestras imberbes inquietudes que, ahora, se revelan borrosamente como aquellas fotografías amarilladas por los años.
Pero no son sombras imprecisas los recuerdos, son destellos del ayer que iluminan nuestros pasos hacia los largos corredores del viejo colegio, espaciosos y vacíos, vacíos y espaciosos como los conventos antiguos, en donde todavía corretean y flotan las risas cantarinas de los muchachos que en esos años delirantes, integramos la “Promoción Centenario 1,964 del CNI”, cuyos recuerdos, imágenes, nombres y apelativos llenan los espacios más recónditos de nuestras memorias y dormitan acurrucados en nuestros corazones.
Ahora es otro tiempo, han nacido nuevas construcciones en sus espacios, que distorsionan el paisaje de nuestro ayer sin olvido, pero en sus muros húmedos y sombríos, en sus rincones  todavía silvestres no han dejado de crecer las madreselvas, los helechos y la mullaca morada que endulzó nuestros labios antes que lo hicieran los primeros amores que tuvimos. Del Moronillo ya no queda nada más allá de nuestros recuerdos brumosos. Los mangos de la plaza 28 han madurado muchas veces y nosotros ya no estuvimos. Las nuevas generaciones, todavía tratan de resolver el Teorema de Pitágoras, y los versos de Vallejo revolotean enjauladas en las paredes blanco-humo de las aulas.
Hace el mismo calor, nueva la lluvia, con sus gotas cristalinas de otro siglo; los 102 elementos de la Tabla Periódica de Mendeleyev, han aumentado en nuestra ausencia y felizmente ya no estamos pues no sabemos el número. Hay silencios clamorosos al llamado de la lista, no por tardanzas, sí por ausencias infinitas; tantos como los años luminosos de la luna; tantos como las aves que regresan a sus nidos en la agonía de las tardes tibias; tantos como las plumas negras y doradas de los paucares que imitan nuestras voces; tantas como las flores silvestres recogidas para disimular la distancia que nos separa de aquellos que se han ido sin tiempo de darles un abrazo y sin espacio para decirles “hasta pronto”.
Muchos nombres tocan las puertas de mi memoria, aromas de tiempo dormido, quiero responder esos llamados, pero las palabras se quiebran en mi garganta, al escuchar otras voces con otras entonaciones, con otras vibraciones que resuenan más cerca a  mis oídos, como música lejana, voces de aquellos que nos abrieron la puerta del conocimiento, como las de Juan Manuel Del Águila Tafur y Judith Zamora Ganoza, su compañera. Se va alejando, con sus temas de ciencias, la de Óscar Angulo Hidalgo en un murmullo impreciso confundiéndose con las ausencias de las erres en las pronunciaciones de Guillermo Rengifo y la voz autoritaria de David Bocanegra repitiendo machaconamente que el Padre Nuestro del Álgebra, según él, es el cuadrado de una suma. Más allá, un acento castizo, llama mi atención, es la del Padre Maurilio, un español llegado a estas tierras, quien desde su magisterio cristiano, nos orienta crítica y abiertamente sobre los vericuetos del amor y del sexo, clase tan esperada que nadie reclama el recreo de siempre, y, paradójicamente, todos querían estar en primera fila. Me sonrío y mis ojos se cierran en el deseo de despertarme junto a mis compañeros del ayer y de siempre, que con el correr de los años, llegaron a ocupar diversos cargos en la actividad pública y privada de nuestra sociedad, como ingenieros, médicos, arquitectos, profesores, dirigentes, administradores, funcionarios, periodistas, comerciantes, etc. Contribuyendo con ello a resarcir con creces lo que el Estado sembró en ellos.
Los que llegamos hasta esta parte del camino, con los brazos abiertos y los ojos cansados de distancia, sabemos que en algún momento tendremos que agarrar nuestras alforjas e irnos con los que ya se fueron, ojalá que ese momento tarde en llegar, porque todavía tenemos que rendir algunos exámenes a la vida, tenemos que resolver algunas ecuaciones al futuro, tenemos que mirar el horizonte para ver si nos alcanzará la lluvia, tenemos que elevar nuevas oraciones por los que ya no están, tenemos que desfilar cada 5 de  enero, juntamente con los muchachos de la promoción que todavía quedamos en esta letanía contra el tiempo inexorable que apura nuestros pasos.
Más de medio siglo ha transcurrido desde florecida primavera de nuestros años adolescentes; no solamente nuevas enredaderas han trepado los muros del colegio, la fábrica de botones ha desaparecido y con él la sacarita que abreviaba nuestro camino de regreso en las horas crepusculares; los profesores enseñan los mismos pasajes de nuestra historia, los mismos héroes han repetido sus hazañas y han muerto nuevamente en sus relatos; la cristina con rombo rojo ya no guarda ningún ropero  de mi casa; el uniforme beige con los galones orgullosos del quinto año, ya no los lava desde hace medio siglo las manos arrugadas de mi madre.
Pero, lo que vivirá por siempre indeleble, adherida como se adhiere la hiedra a las paredes húmedas, es la memoria de todos los que aún quedamos de la Promoción, la felicidad que tuvimos de conocernos; la alegría de haber compartido nuestras adolescentes inquietudes en ese trecho del camino; la suerte de haber conocido, en el diario estar, la trascendencia que tiene la amistad sin dobleces; los valores que cada uno traía desde sus hogares, algunos con muchas falencias, que nos han enriquecido, y, los sabios consejos de los maestros que tuvimos, nos han servido para asumir las distintas responsabilidades de los mañanas que vivimos; todo este bagaje nos ha permitido hacernos mejores amigos, mejores personas, y mejores hombres en todas las acepciones que tiene el diccionario.
Ahora, en este nuevo año que comienza, estamos otra vez reunidos, la vida nos da esta nueva oportunidad para conversar y estar otra vez juntos, saber de nosotros, alegrándonos de poder seguir caminando el corto o largo trecho que aún nos falta para llegar a nuestro destino final, sintiéndonos hermanados para siempre, reafirmando lo que sabiamente dicen Las Sagradas Escrituras en el Salmo CXXXIII, que parece haber sido escrito para ocasiones como ésta: ¡Oh! Cuán hermoso y cuán dulce es cuando los hermanos se reúnen en mutua unión! Pues allí donde reina la concordia, derrama el Señor sus bendiciones y vida sempiterna.